
Texto Base: Daniel 4:28-37, Stg. 4:13-16
Había una vez un rey llamado Nabucodonosor. Él era el rey más poderoso del planeta y gobernaba sobre la nación que tenía planes de reinar sobre todo el mundo. Ellos ya habían invadido a los hebreos y tomado posesión de su tierra, y habían matado a muchos de ellos. Pero ellos dejaron vivos a los más inteligentes y los pusieron en una escuela especial en Babilonia para enseñarles la cultura de los babilonios. Entre estos jóvenes inteligentes había uno llamado Daniel, muy dotado. Él era tan sólo un adolescente quien con sus colegas comenzaron a aprender la cultura de los babilonios, pero nunca se olvidó de sus raíces, y nunca vaciló en su compromiso con su Dios.
Durante ese tiempo el poder del rey Nabucodonosor se hizo grande en extremo. Una noche él fue perturbado por un sueño. Perturbado porque no podía entenderlo. Entonces llamó a sus magos y hechiceros, y a todos aquellos que hacen ese tipo de cosas, para que interpretaran su sueño, y ninguno de ellos pudo hacerlo. Pero uno de sus siervos le dijo: “Rey, hay un joven muy inteligente con el cual tal vez usted desee hablar”; y el rey le dijo: “tráiganlo ante mí”.
El sueño, su interpretación y cumplimiento se encuentra en Daniel 4:18-37. La narración del sueño comienza de la siguiente manera: “Yo el rey Nabucodonosor he visto este sueño” (Daniel 4:18). El joven Daniel dice: “esta es la interpretación, oh rey” (Daniel 4:24-27). En esta sección sobresalen las siguientes declaraciones: “hasta que reconozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres…” y “luego que reconozcas que el cielo gobierna”. Finalmente, el cumplimiento lo hallamos en los versos Daniel 4:28-37. La conclusión del rey fue: “Al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo…”, reconociendo que el Altísimo tiene el dominio sempiterno por todas las edades.
¿Cuán difícil es reconocer que Dios gobierna sobre nuestras naciones?, o ¿sobre nuestras empresas o negocios?, o ¿sobre nuestras familias?… ¿cuán difícil es reconocer que Dios gobierna sobre nuestras propia historia? Muy a menudo nos olvidamos de esta gran verdad y caemos en el juego de ser Dios, pensando ilusoriamente que tenemos control sobre nuestra propia vida. Vea cómo funciona este juego de ser Dios en Santiago 4:13-16 y preste atención a las palabras de advertencia hacia el final de este juego: ¡Ojo!, porque “…toda jactancia semejante es mala”.
¡ Dios controla la historia !